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La cria feliz del bebé, según la ciencia (y II)

Desde Etapa Infantil nos comparten la fórmula para criar a un bebé

feliz, objetivo de la gran mayoría de los padres. El bienestar de los

pequeños es su prioridad, pero eso no incluye únicamente cuidar su

salud, sino también ayudarles a sentirse bien consigo mismos.

Nuestra sociedad se ha acelerado, de manera que muchos padres que

quieren lo mejor para sus hijos pueden terminar haciendo que quemen

etapas, excediéndose con las actividades de estimulación temprana y más

adelante llenando sus agendas de actividades extraescolares porque

suponen que así tendrán más oportunidades de tener éxito en la vida. Sin

embargo, los niños tienen tan poco tiempo libre y están tan estresados

que la Academia Americana de Pediatría pidió a los pediatras que

comenzaran a recetarles juego.

Hace unos años, investigadores de la Universidad de Cornell comprobaron

que los niños que vivían en grandes urbes y no jugaban al aire libre

sufrían niveles más altos de ansiedad y estrés, en comparación con los

pequeños que vivían en entornos rurales y salían a jugar a menudo en

contacto con la naturaleza. Estos últimos también habían desarrollado

una mayor resiliencia ante la adversidad, la cual los ayudaba a lidiar

mejor con los problemas.

Eso significa que los niños necesitan tiempo para jugar. Pero no se

trata del juego dirigido por los adultos o el que ofrecen los juguetes

tecnológicos sino del juego libre en el que pueden echar a volar su

imaginación y las actividades en la naturaleza. Durante ese tipo de

juego los niños practican la atención plena ya que disfrutan plenamente

del presente. Los momentos de juego libre no solo les ayudan a aprender,

sino que los relajan, estimulan la creatividad y les permiten ir

desarrollando la autorregulación, habilidades y cualidades clave para su

bienestar emocional que terminarán apuntalando la felicidad.

Ayúdalos a explorar su universo afectivo

Los niños no solo deben explorar el mundo que los rodea, también es

conveniente que descubran su universo interior. Los padres deben

convertirse en guías en ese viaje. De hecho, la buena noticia es que la

Inteligencia Emocional no es una capacidad innata sino adquirida, que se

puede comenzar a desarrollar muy temprano en la vida.

Se ha apreciado que a partir de los 2-5 años los niños comienzan a

comprender emociones como el miedo, la frustración o la decepción. Los

padres pueden dar los primeros pasos empatizando y validando los

sentimientos de sus hijos, en vez de restarles importancia. También es

importante que los ayuden a identificar sus emociones porque los niños

pequeños a menudo carecen del vocabulario para etiquetar adecuadamente

su universo afectivo.

Por ejemplo, si tu hijo llora porque no puede salir a jugar al parque,

en vez de ignorar o minimizar su frustración, puedes decirle: “comprendo

que sea decepcionante que esté lloviendo y no puedas salir a jugar”. De

esta forma validas lo que siente y le ayudas a comprenderlo. Luego

puedes preguntarle qué le gustaría hacer para sentirse mejor, de manera

que lo estimulas a asumir un rol activo en la gestión de sus emociones.

La Inteligencia Emocional no garantiza la felicidad, pero contribuye a

ese estado de serenidad y seguridad que todos necesitamos para ser felices.

© SomosTV LLC-NC / Photo: © Büşranur Aydın / Pexels